martes, 19 de abril de 2011

“…leerle un libro a mi hijo…”

Cuando escuchamos hablar de una prisión pensamos en un edificio viejo, oscuro, con la pintura gastada y rejas, muchas rejas. Nos imaginamos lo inhumano que puede ser para alguien tener un lugar semejante como dulce hogar. Algunos tranquilizamos nuestra conciencia y nos convencemos de que quien vive allí se lo tiene merecido, algo debe haber hecho. Otros quizás nos lamentamos por un rato hasta que algún reality show vuelva a distraernos y a abstraernos de toda realidad cual si fuera un sedante. Puede ocurrir que algunos tomemos coraje y decidamos conocer una cárcel; nos horrorizaremos y agradeceremos ser libre de caminar por la calle, ir al cine a ver alguna película extranjera, leer el diario todos los días, escribir un mail sin tener que verlo pasar por el control de un carcelero. Pero nos daremos cuenta de que estamos equivocados. O al menos tendremos una visión limitada de la libertad. No se nos ocurre que pueda haber una verdadera prisión mental; cuando escuchamos a alguien hablar de algo por el estilo suponemos que se trata de algún loco estudiante de filosofía o psicología. Pero cuando vemos a un preso leyéndole a otro la carta de una novia, cuando uno de ellos nos pide que le contemos qué dice el documento que el juez de su causa acaba de enviarle, cuando uno depende otro para marcar el numero telefónico de un familiar, nos damos cuenta de lo que realmente significa no saber leer ni escribir.
De todos modos propongo un pequeño ejercicio ilustrativo. Imaginemos por un segundo que estamos en un barrio céntrico de una gran ciudad, en una calle comercial superpoblada de gente y carteles. Cada tres pasos recibimos algún volante y cruzamos una librería. Imaginemos pantallas que describen los últimos acontecimientos, números de direcciones, precios por todos lados... Y ahora imaginemos que ese lugar es la capital china. Podemos estar fuera de una cárcel, incluso tener alpargatas pero, a pesar de lo que se diga, sin libros caminar será mucho más difícil.
Creemos que el analfabetismo es una forma de prisión y que como problema nos incumbe a todxs como integrantes de esta sociedad. Este año empezamos un tipo de taller, que es nuevo en ATRAPAMUROS, de alfabetización. Pero hay algo más que es nuevo para nosotrxs: la propuesta del taller de alfabetización nos llegó por parte de compañeros que cursan sus carreras universitarias desde el otro lado del muro.
Es realmente un orgullo y una inspiración para nosotrxs conocer, trabajar, coordinar actividades con un grupo de personas que, aún en las peores condiciones, apuesta a enseñar aprendiendo y aprender enseñando.

M. Santos.

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