Invisibilizar lo incivilizado
En una tarde de invierno temprano, yo salía de la facultad acompañado de dos amigos, todos engalanados en ropas siempre predispuestas a darnos calor suficiente como para que a paso firme y veloz huyésemos de ese frío lacerante que nos hostigaba a cada metro recorrido. Íbamos en plena retirada ante una batalla perdida en pos de la temperatura corporal, cuando algo nos llamo la atención. En la puerta de una iglesia yasia una figura inmóvil, sentado contra una columna un hombre de tez blanca violácea tenia sus ojos cerrados, su boca apretada, sus músculos tensos por el frío mantenían una mano extendida esperando que alguna moneda cayera en ella. Había algo particularmente llamativo en ese ser, algo que me llamo la atención desatenta que apenas podía hacerme ver mas allá de mi nariz fría, lo llamativo en ese hombre era su no movimiento, no parpadeaba, no respiraba, su mano congelada no se movía con el latir lento de su corazón, parecía muerto en vida, era parte de la columna, de la iglesia, un escoyo más al que todos evitaban sin prestarle demasiada atención.