martes, 23 de abril de 2013

Ayudando a que bajen las aguas: la mano del Estado en las inundaciones de La Plata

Por M. Eugenia Ambort y Marino Chaves


El temporal que se desató sobre la ciudad de La Plata el pasado 2 de abril dejó tras de sí una imagen impactante. Los innumerables daños materiales, los intentos del gobierno de desligarse de su responsabilidad, las muertes y las incertidumbres en torno al número real de las mismas, ocuparon muchas páginas de periódicos y bastantes horas en informativos. Pero más allá de las polémicas, es innegable la gravedad del asunto, así como la falta de medidas adecuadas para reparar los daños. La tormenta pasó, pero difícilmente pueda decirse que para todxs salió el sol.

Hacer una clasificación en el sentido de buscar a las verdaderas víctimas del asunto no es lo ideal, ya que no parece justo negar los daños que implicó incluso para los sectores más pudientes de la comunidad. Ahora bien, esto no implica que no sea necesario hacer una salvedad, señalando los daños y pérdidas mucho más profundas en los barrios más pobres de  la ciudad. Un titular de un diario decía algo así como “La tormenta golpeó por igual a ricos y pobres”. Nada mejor para refutarlo que esas imágenes de gente en bici o en carritos recolectando para sí lo que dentro del casco urbano la gente desechaba por haber estado bajo el agua. Además, esta diferenciación entre sectores se vuelve importante porque estuvo presente en la manera en que el Estado operó.

La primera respuesta del gobierno, y con seguridad, la predominante, fue el inmediato aumento de fuerzas policiales hacia la ciudad de La Plata, focalizándola en ciertas zonas. Desde la boca de funcionarixs, la gendarmería y el ejército fueron convocados para “asistir a las víctimas”. Por esto, resulta pertinente reflexionar sobre lo que se entiende por asistir y por víctimas, y así hacer un balance del papel desempeñado por parte del gobierno en el asunto.

El despliegue policial que hubo (y hay) en la ciudad, el cruce veloz y con sirena sonando cada tanto de un móvil de gendarmería, gendarmes amontonadxs y sentadxs en esquinas o a lo largo de toda una cuadra, móviles del Ejército, policías ubicadxs en esquinas habilitando a veces, negando otras, el pase a los barrios, camiones hidrantes… estas imágenes nos acercan a un primer esbozo de lo que el gobierno entiende por asistencia. Porque asistir se convirtió en sinónimo de seguridad, y la manera de dar seguridad fue aumentar la presencia de fuerzas represivas.


Es que la conmoción por el temporal y sus consecuencias tensionaron los ánimos de la población platense, que tuvo que arreglárselas como pudo en medio de la falta de electricidad y transportes, la falla de celulares y la incertidumbre sobre la situación de lxs más allegadxs. Incluso, al día siguiente fueron lxs propixs vecinxs los que ayudaron en sus barrios. Organizaciones y ciudadanxs acudieron a lugares cercanos o conocidos a dar una mano y brindar donaciones. Desde el inicio, fue  la mano de la gente la que reemplazó a la del Estado ausente.

Un Estado no tan ausente, en realidad. Porque como dijimos, su presencia llegó de la mano del despliegue policial, de gendarmería y del ejército. Fue ésta la reacción del gobierno: dejar en manos de fuerzas represivas la asistencia de lxs damnificadxs, dándoles independencia para actuar según sus lógicas y sus vicios, mientras el agua, alimentos, colchones y abrigo escaseaban, y casi del único lugar de donde provenían era de las donaciones ciudadanas. El déficit estatal aumenta si tenemos en cuenta la deficiencia del sistema de salud, la incapacidad de contener a la cantidad de damnificadxs, el tiempo que se tardó en rehabilitar los servicios de luz y agua. Lejos de poder justificarse esto por la gravedad y lo inusual de la tormenta, no puede dejar de señalarse una gestión que poco hizo por mejorar la calidad de vida de buena parte de la población.

Y teniendo en cuenta esto debemos retomar el punto del que partimos, señalando el trato diferencial hacia la población. Porque mientras dentro del casco urbano se podían ver efectivos policiales “brindando seguridad” a las víctimas del temporal, conforme nos alejamos y entramos en los barrios más precarizados el proceder fue otro. En los hechos, el término “víctimas” no fue el que guió el accionar en estas zonas, y la palabra “asistencia” difícilmente pueda calificar al mismo proceder. Un proceder que consistió en contener los conflictos e imponer el orden. Al afirmar esto, se tiene en cuenta la represión de los piquetes que formaron lxs vecinxs en su búsqueda de visibilizar su situación y de pedir la colaboración ciudadana y estatal a la vez. Se contempla también la situación en los barrios periféricos por la noche, en medio de la oscuridad profundizada por la falta de electricidad, con las zonas prácticamente sitiadas. Así como también la barrera impuesta a organizaciones sociales, impidiéndoles entrar con donaciones a determinados barrios.

Son éstas situaciones de las que poco se ha dicho, aisladas por los medios de comunicación que hablan de lxs más dañadxs por el temporal mientras entran a filmar casas de la clase media. Estas acciones no son detalles, se dan en el marco de un déficit notorio de la respuesta gubernamental ante una catástrofe cuyo impacto en parte se debe a deudas pendientes y tareas no asumidas en su gestión. A su vez, reflejan el modo de entender la seguridad, limitada al accionar policial para compensar las demandas de mano dura presentes en la sociedad, y dando rienda suelta a la burocracia policial para que se encargue de hacer efectiva esa “seguridad”.  A su vez, es expresión del lado represivo y regresivo del gobierno. Represivo por ser la fuerza directa la respuesta a la tensión de la gente, regresivo por no satisfacer necesidades legítimas y urgentes. Represivo por centrar la respuesta estatal en fuerzas militarizadas, regresivo por sitiar y aislar las zonas más damnificadas, impidiendo viabilizar sus reclamos. En definitiva, este modo de proceder es expresión de lo represivo y regresivo del gobierno por basarse en la complicidad gobierno-fuerzas represivas.

El uso de la palabra “complicidad” en lugar de “cooperación” no es fortuito. Son palabras que describen situaciones diferentes. La segunda haría referencia a una relación entre las dos instituciones en la que ambas colaborarían entre sí para beneficio del conjunto de la población. Cada una desde sus responsabilidades, habilidades y funciones específicas. El Estado proveyendo de personal capacitado, con los servicios de salud funcionando de manera óptima, con la provisión de lo necesario para compensar las carencias generadas por la catástrofe (olvidándonos por el momento de las carencias diarias), recibiendo y coordinando de manera eficaz al contingente de voluntarios. El ejército, gendarmería y la policía pondrían en prácticas sus años de instrucción en tareas de emergencia, posibilitando el cumplimiento de numerosas funciones, realizando las operaciones debido a las ventajas de la organización jerarquizada y planificada. Pero en lugar de “cooperación” la palabra usada fue “complicidad”, y esto implica una situación totalmente diferente.

Complicidad entre el gobierno y las fuerzas represivas cuando éstas cumplen la función de mantener el orden y aquél da carta blanca a los modos de proceder; complicidad cuando no se permite el pase de organizaciones independientes a las zonas dañadas, complicidad cuando se dejan zonas liberadas para que los punteros políticos defiendan a través de la violencia sus zonas de clientelismo, complicidad en la falta de certezas sobre algo tan básico como el número de víctimas (así, los costos políticos y legales serán menores tanto para un gobierno deficiente como para una burocracia policial que se maneja con prácticas irregulares). En definitiva, complicidad entre estas instituciones porque entablan relaciones para beneficio mutuo, poniendo su granito de arena para que los vicios de la otra no salgan a la luz y sigan alimentándose.
Seguramente, hubo un error de cálculo en lxs funcionarixs que se acercaron a los barrios a charlar con la gente. Por alguna razón, creían que iban a ser bien recibidos ante tan noble gesto. Pero por el contrario, la gente expuso su bronca sin reparos, y obligó a Cristina a ponerse a discutir neciamente y hacerles entender que ella también lo había vivido, que sabía lo que sentían. Esa gente fue tildada por Alicia Kirchner como “agitadores violentos que no quieren que se los ayude”. Pero nada más alejado de la realidad.

La tormenta no golpeó a ricxs y pobres por igual, sino que hiso aún más evidente la desigualdad, dañando más a pobres que a ricxs. El gobierno tuvo serios déficit en la manera de proceder a una catástrofe para la que no estaba preparado, contribuyendo a demás a la marginación y la estigmatización de lxs más afectadxs. Esto continúa aun hoy, cuando son la especulación electoral y el clientelismo lo que guía la distribución de mercadería por parte del oficialismo, y cuando las organizaciones no oficiales son golpeadas y perseguidas por punterxs políticos en los barrios afectados. La connivencia policial y la invisibilización de la situación de lxs más afectadxs profundizan el problema. Esto sólo puede revertirse a través de la denuncia y el reclamo al gobierno, pero desde una posición comprometida y con acciones que no reproduzcan las prácticas de la vieja política, que aún en momentos críticos como estos, demuestran su desinterés por las necesidades del pueblo.

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