lunes, 26 de enero de 2015

Un hormiguero insoportable*


Dirán ustedes, ¿por qué macanear y hacernos al ataque de los muros de blanco? ¿Por qué no mejor quedarnos panchxs y mateando, y dejar que sigan así? Porque ese blanco de cuatro paredes es silencio, es sumisión, monotonía y rutina. Es también injusticia…y a nosotrxs no nos quiebra nadie. 

Primero lo asaltaremos con un arsenal de líneas negras de todas las formas y grosores, y lo obligaremos a contornearse para que grite. Les pondremos voz y vida a sus personajes. Después lo bombardearemos con muchos colores, para que sus ardientes rojos, amarillos y violetas lastimen a los negros, grises y opacos de aquellos tristes atuendos de rati, de sus borceguíes de goma que marchan sobre el penal marcando el tiempo del encierro.

Porque por suerte nosotrxs hemos comprendido que el arte es también una trinchera, que es un arma poderosa, de lucha, desanestesiante, para llevar a todas partes: a las marchas, a la cárcel, a los barrios y a la casa. Así como todx presx es político, todo arte es político, y nuestro mural se destila por las grietas del paredón.

El arte es un engendro particular. Desde las primeras contracciones es expresión de nuestras historias, de nuestros torbellinos de sentimientos y nuestros caminos andados. Y cuando ya está por parir, cuando ya se asoma en el mural, en la poesía, en la canción o en lo que fuera, el arte sigue siendo intensamente político. Porque es cuestión de griterío, de disputa y de batalla para mantenerse en pie, y no quebrarse.